jueves, 13 de marzo de 2014

CUENTOS PARA FOMENTAR LA BUENA ALIMENTACIÓN


LA POCIÓN DE LA BUENA ALIMENTACIÓN

Hace muchos, muchos años, todas las personas estaban fuertes y sanas. Hacían comidas muy variadas, y les encantaban la fruta, las verduras y el pescado; diariamente hacían ejercicio y disfrutaban de lo lindo saltando y jugando. La tierra era el lugar más sano que se podía imaginar, y se notaba en la vida de la gente y de los niños, que estaban llenas de alegría y buen humor. Todo aquello enfadaba terriblemente a las brujas negras, quienes sólo pensaban en hacer el mal y fastidiar a todo el mundo.
La peor de todas las brujas, la malvada Caramala, tuvo las más terrible de las ideas: entre todas unirían sus poderes para inventar una poción que quitase las ganas de vivir tan alegremente. Todas las brujas se juntaron en el bosque de los pantanos y colaboraron para hacer aquel maligno hechizo. Y era tan poderoso y necesitaban tanta energía para hacerlo, que cuando una de las brujas se equivocó en una sola palabra, hubo una explosión tan grande que hizo desaparecer el bosque entero.
La explosión convirtió a todas aquellas malignas brujas en seres tan pequeñitos y minúsculos como un microbio, dejándolas atrapadas en el líquido verde de un pequeño frasco de cristal que quedó perdido entre los pantanos. Allí estuvieron encerradas durante cientos de años, hasta que un niño encontró el frasco con la poción, y creyendo que se trataba de un refresco, se la bebió entera. Las microscópicas y malvadas brujas aprovecharon la ocasión y aunque eran tan pequeñas que no podían hacer ningún daño, pronto aprendieron a cambiar los gustos del niño para que se perjudicara. En pocos días, sus pellizquitos en la lengua y la boca consiguieron que el niño ya no quisiera comer las ricas verduras, la fruta o el pescado; y que sólo sintiera ganas de comer helados, pizzas, hamburguesas y golosinas. Y los mordisquitos en todo el cuerpo consiguieron que le dejara de parecer divertidísimo correr y jugar con los amigos por el campo y sólo sintiera que todas aquellas cosas le cansaban, así que prefería quedarse en casa sentado o tumbado.
Así su vida se fue haciendo más aburrida, comenzó a sentirse enfermo, y poco después ya no tenía ilusión por nada; ¡la maligna poción había funcionado!. Y lo pero de todo, las brujas aprendieron a saltar de una persona a otra, como los virus, y consiguieron que el malvado efecto de la poción se convirtiera en la más contagiosa de las enfermedades, la de la mala vida.
Tuvo que pasar algún tiempo para que el doctor Sanis Saludakis, ayudado de su microscopio, descubriera las brujitas que causaban la enfermedad. No hubo vacuna ni jarabe que pudiera acabar con ellas, pero el buen doctor descubrió que las brujitas no soportaban la alegría y el buen humor, y que precisamente la mejor cura era esforzarse en tener una vida muy sana, alegre y feliz. En una persona sana, las brujas aprovechaban cualquier estornudo para huir a toda velocidad.
Desde entonces, sus mejores recetas no eran pastillas ni inyecciones, sino un poquitín de esfuerzo para comer verduras, frutas y pescados, y para hacer un poco de ejercicio. Y cuantos pasaban por su consulta y le hacían caso, terminaban curándose totalmente de la enfermedad de la mala vida.



EL TOMATE
Un pequeño tomate colgaba de una tomatera, estaba muy triste y no dejaba de llorar.
Cerca de él había un hermoso tomate rojo que le preguntó:
-¿qué te pasa tomatito?
-¿no me ves? soy pequeño, duro y muy verde, ¡los niños no me quieren comer!
El hermoso tomate le dijo:
-No llores, pequeñín, en pocos días eso estará solucionado, ahora eres verde, duro y pequeño porque aún no has madurado pero pronto te convertirás en un gran tomate colorado con gran cantidad de vitaminas y los niños estarán deseando comerte.
-¿de verdad?
-Claro, hace poco también yo era como tú, pero mi tomatera ha sido bien regada y me ha dado mucho el sol y fíjate cómo me he puesto...¡mira! creo que ya vienen a por mí.
-Mamá, mira que tomate más rico, ¿lo puedo coger?
-Claro que sí, te lo voy a poner en la ensalada.
Y tal y como había dicho el hermoso tomate rojo, el pequeño tomate verde fue haciéndose más y más grande hasta llegar a ser el tomate más hermoso y colorado de la huerta.
-Mamá,¿has visto? es el tomate más grande y rojo que he visto nunca.
-Es cierto, es tan grande que podré hacer ensalada para toda la familia.
¿Imagináis cómo estaba el tomate?
¡Muy, muy contento!
Fin.











MÚSICA EN LA COMIDA


Adina Grasina volvía locos a todos los doctores de la región. Su papá tenía un tripón que le servía para abrir las puertas sin usar las manos, y su mamá no era mucho más delgada, pero ella era una niña mucho más esbelta y ágil. Desde siempre, Adina había sido muy rara para comer; según sus padres casi nunca comía los estupendos guisos de su madre, ni probaba sus fabulosas pizzas. Tampoco disfrutaba con su papá de las estupendas tartas y helados que merendaban cada tarde, y cuando le preguntaban que por qué comía tan mal, ella no sabía qué contestar; sólo sabía que prefería otras cosas para comer. Así que todos se preguntaban a quién habría salido...
Un día Adina acabó en manos de un doctor diferente. Aunque ya era algo mayor, tenía un aspecto estupendo, distinto de todos aquellos doctores de grandes barrigas y andares fatigados. Cuando los padres de Adina le contaron su problema con la comida, el doctor se mostró muy interesado y les llevó a una oscura y silenciosa sala con una extraña máquina en el centro, con el aspecto de un altavoz antiguo.
- Ven, Adina, ponte esto- dijo mientras le colocaba un casco lleno de luces y botones sobre la cabeza, conectado a la máquina por unos cables.
Cuando le terminó de colocar el casco, el doctor desapareció un momento y volvió con un plato de pescado. Lo puso delante de la niña, y encendió la máquina.
Al instante, de su interior comenzó a surgir el agradable sonido de las olas del mar, con las relajantes llamadas de delfines y ballenas... era una música encantadora, que escucharon durante algún tiempo, antes de que el doctor volviera a salir para cambiar el pescado por un plato de fruta y verdura.
El susurro del mar dio paso a las hojas agitadas por el viento, el canto de los pájaros y las gotas de lluvia. Cualquiera podría quedarse escuchando durante horas aquella naturaleza campestre, pero el doctor volvió a cambiar el contenido del plato, poniendo algo de carne.
El sonido de la máquina pasó a ser algo más vivo, lleno de los animales de las granjas, del campo y las praderas. No era tan bello y relajante como los anteriores, pero resultaba nostálgico y agradable.
Sin tiempo para acostumbrarse, el doctor volvió con una estupenda y olorosa pizza, que hizo agua las bocas de los papás de Adina. Pero entonces la máquina pareció romperse, y en lugar de algún bello sonido, sólo emitía un molesto ruido, como de máquinas y acero. "No se ha roto, es así", se apresuró a tranquilizar el médico.
Sin embargo, el ruido era tan molesto que pidieron al doctor más cambios. Sucesivamente, el doctor apareció con helados, bombones, hamburguesas, golosinas... pero todos ellos generaron ruidos y sonidos igual de molestos y amontonados. Tanto, que los papás de Adina pidieron al doctor que volviera con el plato de la fruta.
- Ésa es la NO enfermedad de Adina- dijo al ver que comenzaban a comprender lo que ocurría-. Ella tiene el don de interpretar la música de los alimentos, la de donde nacieron y donde se crearon. Es normal que sólo quiera comer aquello cuya música es más bella. Y por eso está tan estupenda, sana y ágil.
Entonces el doctor les contó la historia de aquella maravillosa máquina, que inventó primero para él mismo. Pero lo que más impresionó a los señores Grasina cuando probaron el invento, era que ellos mismos también escuchaban la música, sólo que mucho más bajito.
Y así, salieron de allí dispuestos a prestar atención en su interior más profundo a la música de los alimentos, y desde aquel día en casa de los Grasina las pizzas, hamburguesas, dulces y helados dieron paso a la fruta, las verduras y el pescado. Ahora todos tienen un aspecto estupendo, y si te encuentras con ellos, te harán su famosa pregunta:
¿A qué sonaba lo que has comido hoy?



ALAMBRITO


Había una vez un niño que vivía feliz en el campo. Se llamaba Renato. Su casa estaba sobre una colina muy verde, llena de flores, árboles y animalitos que eran sus amigos.
Pero la mamá de Renato estaba muy preocupada: su hijo no quería comer su comida. No importaba que delicia le preparara, siempre se negaba a comer porque, según decía, quería jugar con su pelota, o porque la comida estaba fría, o porque no le gustaba su color. Renato siempre encontraba un pretexto para no comer.
Con el tiempo Renato adelgazó cada vez más y más. Mamá tuvo que ponerle tirantes a todos sus pantalones porque se les caían de las caderas y cada vez que se vestía con el uniforme de su colegio, parecía una bandera al salir al camino para ir a la escuela. Se puso tan delgado que en su salón todos sus amigos le decían Alambrito.
Un día que amaneció con mucho viento, Alambrito se levantó, vistió y salió al colegio. El viento arreciaba en el camino. Alambrito se aferraba fuertemente a su mochila, pero tropezó y cayó. Entonces el viento empujó su ropa, que se abrió como una vela de bote, y como si Alambrito fuera una cometa lo elevo alto, muy alto.
-Mamá,mamá!-gritaba-.
Mamá, que estaba en la cocina, salió a ver por la ventana. Grande fue su asombro al ver a su hijo volando como una cometa, cada vez más lejos.
-Alambrito! Allá voy hijo, no te asustes!
Mamá salió corriendo de la casa. Con gran destreza, cogió una piedra del camino, le ató una cuerda y la lanzó al aire. La piedra se enredó en la pierna de Alambrito y mamá lo bajó poco a poco, como quien baja una cometa.
Desde ese día Alambrito empezó a comer muy bien. Poco a poco sus mejillas volvieron a ser rosaditas y bonitas, sus brazos y piernas ya no se veían flacas como cañas y el viento nunca más lo hizo volar.



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